jueves, 26 de abril de 2012

No es tiempo de conformismos

No pienses. No hables. Serás becario hasta los 30 como mínimo. Luego pasarás a engrosar las listas del paro. Como mucho serás un freelance fracasado. No tendrás independencia. Servirás a los intereses empresariales y editoriales. Obedece. Tendrás que encerrarte ocho horas en una redacción para cobrar un sueldo de risa. Trabajarás a velocidad de vértigo. Serás tratado como mera mercancía. No tendrás vida ni horarios. Calla. Esta es la mayor crisis del periodismo.

Ese es el discurso que en los últimos meses ha dominado el contexto periodístico en que me muevo. Un discurso que en vez de amedrentarme, ha logrado cabrearme. Un discurso que aunque pudiera sonar irónico y curioso, nace de los propios profesionales que viven del periodismo. Y digo “del” porque la gente que realmente trabaja “para” el periodismo no puede ser la misma que se conforma con morirse bajo una nube gris. No hay muchas razones para la esperanza. El intrusismo laboral, la inmediatez y la escasa contratación, hacen que cada vez el PERIODISTA deje de serlo un poco más. Becas no remuneradas, falta de tiempo y documentación, redacciones a pie de mesa sin pisar la calle... y así hasta más de cien motivos que diría Sabina. Y sin embargo, ¿dónde queda el sueño que hizo que un día quisiésemos dedicarnos a esto? Lo fácil sería quedarse en la borrasca y lloriquear desde ella. Lo difícil es volver a encontrar ese sueño que teníamos de adolescentes y convertirlo en el impulso necesario para luchar por él.

Cuando tienes 20 años vives el periodismo desde la pasión. Luchas por él y te enfrentas a los problemas con la ilusión de convertirte en el nuevo salvador de la profesión. Eres un romántico, pero aún no has crecido lo suficiente y puedes cambiar las cosas. Luego llegan las responsabilidades, las cargas familiares, el conformismo y el miedo. Te haces adulto y desaparece todo rastro de lucha para convertirse en ese incómodo “sí pero...no puedo hacer nada más”. Y es en este contexto donde gestos como el que esta semana ha tenido Javier Gallego, presentador y director del programa “Carne cruda” de Radio 3, cobran su importancia.

El Consejo de Ministros aprobaba el pasado viernes 20 un decreto-ley por el cual se permite que el presidente de RTVE pueda ser elegido por mayoría absoluta si no se llega en el Congreso a una mayoría cualificada a través del consenso. La noticia que para muchos supondrá una politización del ente público, no tardaba en encender el fuego en las redes sociales. Los ciudadanos discutían sobre su derecho a recibir información independiente y despolitizada. Los políticos se introducían en un cruce de acusaciones que enmascaraba el auténtico problema real de la soberanía construida a base de mayorías absolutas. Y mientras, los periodistas de RTVE se dividían en dos grupos. Los que preferían mantener la boca cerrada y los que por primera vez demostraban que algo ha cambiado en los últimos años en el ente público. Los primeros eran los adultos acomodados. Los segundos los veinteañeros rebeldes. Esther Palomera o Ana Pastor reflejaban el problema el lunes por la mañana en “Los desayunos de TVE”. Lo hacían tímidamente y con contención. Ese mismo día por la tarde, Javier Gallego se convertía en el revolucionario jefe. El periodista iniciaba su programa con una carta dirigida al gobierno. “Venceréis pero no convenceréis” servía de lema para una revolución que por primera vez no veía sus alas cortadas por el discurso protocolario de ningún directivo de la cadena pública. La lucha empezaba desde la palabra. Una palabra cargada de crítica y cabreo. Una palabra productiva. Una palabra que iba más allá del simple “si pero...”.

Este jueves 3 de mayo la Asociación de la prensa de Madrid celebrará una manifestación en defensa del periodismo bajo el lema “Sin periodismo no hay democracia”. Esta misma asociación solicitaba esta semana al PP y al PSOE que hagan todo lo que esté en sus manos para garantizar el consenso sin recurrir a la mayoría absoluta. Lo hacía posicionándose a favor del modelo de 2006 basado en la mayoría de dos tercios del Congreso para elegir al presidente de RTVE. De esta forma la APM se unía al grito utópico de la independencia periodística para nuestro ente público. Seguía así el camino iniciado por unos veinteañeros cansados de mirar el futuro en blanco y negro.

Protestar es el camino. Callar la obligación. ¿Madurar o rejuvenecer para salvar a la profesión? En tus manos está.


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