Hablar de Bankia es hablar de cultura
de la irresponsabilidad. Permitir un rescate bancario de tal magnitud
en un país cercano a la quiebra, y hacerlo sin depurar
responsabilidad alguna, es algo que sólo pasa en España. Porque
España es ese extraño lugar en el que banca y política han llegado
a confundirse de tal manera que una dimisión forzada por la puerta
de atrás es suficiente para tener a los ciudadanos contentos. Nadie
explica nada, la ley del silencio se convierte en la política de
gobierno única. Se convocan ruedas de prensa en las que no se dice
nada nuevo y los únicos que plantan cara a los responsables,
proceden de un sindicato vertical y minoritario llamado
“Manos limpias”. Por ello, y para evitar el silencio ciudadano, se hace
necesario explicar qué es Bankia y cómo hemos llegado hasta aquí
en menos de un mes.
El 7 de mayo el gobierno español
anunció que llevaría a cabo una inyección de capital de hasta
10.000 millones de euros a devolver con un interés anual del 8% en
la entidad Bankia. Lo haría en forma de ayuda del
Fondo deReestructuración Ordenada Bancaria creado en 2008 para apoyar a las
entidades financieras afectadas por la crisis. La decisión provocaba
en apenas unas horas la dimisión de Rodrigo Rato como director de la
entidad y su sustitución por un valiente José Ignacio
Goirigolzarri. Tan solo dos días después, Rajoy anunciaba la
nacionalización por parte del Estado del banco de ahorros. Una nacionalización que supondría
al Estado un coste de
19.000 millones de euros. En
medio de la confusión, Bankia anunciaba que no tendría que devolver
ese dinero.
A partir de entonces y hasta el 28 de
mayo, el gobierno permaneció sin hacer ningún tipo de declaración
formal sobre el tema. El lunes de esta misma semana, después de la
jornada de suspensión temporal de la cotización en Bolsa de Bankia
el viernes 25, el presidente decidió dar la cara. Mientras Bankia
caía en el IBEX más de 13 puntos y la prima de riesgo española
alcanzaba los 511 puntos, Rajoy sorprendía a los periodistas
anunciando una rueda de prensa con apenas dos horas de antelación.
La rueda de prensa se celebraba en la sede del PP sin lógica alguna
y de ella se esperaba una declaración clarividente sobre la
nacionalización de Bankia. En vez de eso, el presidente evitaba
pronunciarse sobre Bankia argumentando que aún no conocían el
estado real de sus cuentas y defendía que se trataba de un proceso
de saneamiento para la futura venta de la entidad. Una venta que en
palabras de Rajoy, supondría beneficios en un futuro a medio plazo.
El gallego afirmaba además que la subida de la
prima de riesgo era
totalmente independiente de la caída en bolsa de Bankia. La
incertidumbre no podía ser mayor.
El miércoles 30 la prima de riesgo
española alcanzaba su máximo histórico, los
540 puntos. Según los
expertos económicos el fin absoluto aparece con los 600 puntos.
Lejos de haber logrado crear confianza, Rajoy había conseguido que
las acciones de Bankia pasasen a valer un 60% menos que cuando
salieron a bolsa en verano de 2010. Un dato que añadido a la cifra
de 3.318 millones de pérdidas de la entidad que se daba a conocer
ese mismo día, poco ayudaba a confiar.
A partir de este momento la intriga
pasaba a ser absoluta.
Europa tachaba la decisión del gobierno
español como “la peor que podría haber tomado” y el
BCE frustraba las esperanzas españolas negando que se fuesen a realizar
inyecciones directas de capital en los bancos estatales. Rajoy
culpaba a Grecia y sus elecciones del batacazo. El Ministro de
Exteriores J. M. Margallo hacía lo propio con los que pitaron al
himno. Bankia llegaba a caer un 15% en bolsa. Y el PSOE pedía una
comisión de investigación a Bankia en el Congreso.
Y mientras, los ciudadanos españoles
seguían preguntándose dos cosas: ¿dónde estaba Rato? y ¿de dónde
iban a salir los miles de millones de euros necesarios? Muchos
respondían con caceroladas minoritarias. Unos pocos con una demanda
admitida a trámite contra Rato. Y la mayoría, con la sensación de
no entender nada salvo ese miedo al recorte que les viene
persiguiendo en los últimos meses. Porque en el fondo, ese es el
conflicto de la nacionalización de Bankia. Puede que existan motivos
para ella, pero mientras no se expliquen y se depuren
responsabilidades, todos seguiremos sin entender nada. Y un país
donde los propios ciudadanos han dejado de entender la economía que
les da de comer cada día es mucho más preocupante que el miedo a
una quiebra. De la quiebra se sale con ideas, del vacío y del
silencio no.
Si queremos evitar un
rescate financiero lo primero pasa por crear responsabilidad de Estado. Luego
ya habrá tiempo para generar confianza. Y no hay más ejemplo de
responsabilidad que el de un presidente que se sienta ante sus
ciudadanos y les explica el cómo y el por qué. Suárez lo hizo en
su momento y quizás por ello es recordado por sus seguidores y sus
detractores. Una ciudadanía informada es una ciudadanía consciente.
Y la consciencia es la única capaz de sacar al país del caos. Un
caos que algunos siguen sembrando inteligentemente. Porque sí,
lectores. Algún día la crisis pasará y el viejo modelo volverá a
asentarse. Eso al menos, es lo que quieren nuestros gobernantes.
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